Todos llevamos máscaras. A veces lo hacemos por una decisión propia. Otras, sin embargo, es la sociedad la que nos obliga a ocultar nuestros rostros y mostrar una cara que no es la nuestra. Ser la persona más fuerte, la más lista o la más hermosa nos obliga a asumir roles que no son los propios, a convertirnos en seres que apenas reconocemos. Encajar, en definitiva, nos convierte en grotescas caretas que nos desfiguran a ojos vista.
¿Eres quién estabas destinado a ser? Quizás la máscara se ha fundido a tantos niveles con tu rostro que ya no sabes donde empieza una y acaba el otro. Ya no puedes estar seguro si finges o esta es la vida que realmente deseas. Es tan difícil separar ambas cosas, tan doloroso, que a veces dejamos que todo sea la misma cosa. Todos y cada uno de nosotros lo hacemos porque el cambio duele. Pero una vez lo has decidido es liberador. Estarás tocado por heridas sangrantes durante un tiempo, pero al fin encontrarás la paz.